Historia de las bibliotecas de los barrios de Tetuán y Chamberí (Madrid)

Se recoge en este post de Tetuán Combativo:

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Algunas bibliotecas especiales en Tetuán

Una biblioteca es algo más que un contenedor de libros. Es una institución que congrega a la comunidad de un lugar y que sirve para su desarrollo. Vemos hoy algunas bibliotecas especiales desde una perspectiva social y que han vivido, o viven, situaciones de conflicto en Tetuán.

A través del blog Biblioteca y sociedad, de la Universidad Complutense de Madrid, llegamos al conocimiento de que la primera biblioteca infantil que hubo en Madrid, en tiempos de la Segunda República, se estableció en el barrio de Cuatro Caminos.

En 1934 se empezaron a establecer bibliotecas infantiles en diversos grupos escolares, siendo la primera la del Grupo Escolar Ortega Munilla de la calle Ávila. En la pequeña biblioteca, que contaba con unos 300 volúmenes, se atendía a un centenar de niños de tres a catorce años. Acudían a leer o a escuchar cuentos recitados. Según parece, incluso se hacían colas para entrar y había niños del barrio de Cuatro Caminos que se quedaban fuera. La bibliotecaria que estuvo al frente fue Juana Quílez Martí. De estos mismos años es también el proyecto de Bibliotecas hospitalarias.

El Ortega Munilla – escuela femenina- se había abierto en el número 34 de la calle Ávila dentro de la oleada de centros de enseñanza establecidos por la República, que hizo de la inexistencia de grupos escolares un problema prioritario a solventar, y abrió en Madrid casi una veintena de centros en dos años (éste en el plan de 1932, el vecino Jaime Vera en el de un año antes).

La primera biblioteca pública de la red de Bibliotecas Populares de Madrid también estuvo – y está – en el barrio. Su ubicación pertenece realmente al distrito de Chamberí pero está situada en pleno Cuatro Caminos. Se trata de la Ruiz Egea. A partir de 1915 se empezó a instalar una por distrito y en 1926 existían cinco Bibliotecas Populares: Chamberí, Inclusa, Buenavista, Hospicio y Latina. En 1919 se había puesto en marcha también el Servicio de Bibliotecas Circulantes y de los Parques de Madrid, que sacaba los libros a la calle.

La actual biblioteca lleva el nombre de Ruiz Egea en recuerdo del que fuera su bibliotecario. Florián Ruiz Egea fue bibliotecario cenetista durante la guerra y, al final de ésta, fue acusado de quintacolumnista y ejecutado por el tristemente famoso Felipe Sandoval “Doctor Muñiz”, pistolero de CNT que ejerció la violencia en la retaguardia desde la checa del Cine Europa, en Bravo Murillo. Sandoval le llamó por teléfono para que le ayudara a hacerse cargo de una supuesta biblioteca incautada – algo que ya había hecho otras veces, nada excepcional – y al llegar a unos jardines de la carretera de Canillas fue ejecutado. Esta historia y otras de Sandoval y su tiempo están magníficamente contadas en el documental de Carlos García-Alix El honor de las Injurias..

Durante la Guerra, en la parte de la batalla de Madrid librada aquí cerca, en la Ciudad Universitaria, los libros sirvieron para salvar vidas, no sólo a través de alimentar el espíritu: también se usaron para construir barricadas. El británico John Sommerfield, miembro del batallón Dumont de la XI Brigada, escribía en un relato de 1939:

“Cuando llegamos a la Ciudad Universitaria, conseguimos entrar en el edificio de Filosofía. Construimos barricadas con volúmenes de metafísica hindú y filosofía alemana de principios del siglo XIX; eran “totalmente a prueba de balas”…

Exploramos la biblioteca; en la gran sala de lectura, armas anti-tanque descansaban sobre las mesas; los libros valiosos y los manuscritos habían sido llevados fuera pero había muchos otros libros llenos de interés para nosotros; descubrimos una colección de clásicos Everyman y los llevamos a nuestra habitación. Una fría mañana encontré en un estante Los poetas de los lagos de Thomas Quincey, me envolví en una alfombra y pasé todo el día leyendo, con voracidad, sobre Wordsworth y Coleridge, en otro lugar, en otro tiempo; en dos ocasiones nos bombardearon desde el edificio de enfrente y tenía que dejar el libro para disparar contra los falangistas que saltaban como conejos cada vez que estallaban los obuses. Leí toda la tarde y había llegado al último capítulo de Los poetas de los lagos cuando estalló un obús en la biblioteca, llenándola de humo y polvo… las figuras se movían confusamente y la cabeza de John (Cornford) estaba sangrando …”

A partir de 1937 comenzó el proceso de salvamento de libros de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, pero fueron muchos los libros antiguos y valiosos que se perdieron.

Tras la guerra civil se llevó a cabo un meticuloso proceso de depuración de libros por razones políticas y religiosas. El fondo de las Bibliotecas Populares pasó de 60.961 volúmenes a 35.000. A partir de ese momento, además, se empezó a separar los libros según una clasificación moral, diferenciados por colores: a) aptos para todos los públicos, b) no aptos para jóvenes y c) para adultos, con advertencia de encerrar algún peligro de orden moral.

Además de las bibliotecas públicas del distrito (dos en la actualidad) han existido otras bibliotecas autogestionadas, como las organizadas en algunos Centros Sociales Okupados del barrio. Tal fue el caso, por ejemplo, del CSO David Castillaokupa que se instaló en una panificadora de la calle Villaamil 36, y que fue una de las okupaciones históricas del barrio.

En el capítulo de agravios a las bibliotecas en el barrio encontramos hoy la antigua biblioteca de la Obra Social de Caja de Madrid. En 2012 la entidad cerró 35 de sus bibliotecas (la gran mayoría). Hoy, en la resaca de la gran estafa bancaria de nuestros días, los libros cogen polvo en solitario en el bonito edificio de ladrillo la biblioteca de las Mercedes en Estrecho.

Bibliografía consultada:

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